Un Tufo intelectualoide bien disimulado.
Iba yo a la Casa de la Cultura de Los Realejos a ver a una creación dirigida por Don Carlos Belda, colaborador del insigne director canadiense y universal Robert Lepage. Salí llamándolo Carlitos. La cosa empezó a preocuparme al ver el cartel donde se anuncia la obra: el nombre del director era tres veces más grande que el de las actrices y los actores. Uy, uy, uy…
Lo que vi sobre el escenario me pareció un triste intento de plasmar a través de un pastiche indigesto mucha cultura acumulada. No sé por qué me vinieron a la memoria las obras de La Cuadra de Sevilla, en las que cada elemento sobre el escenario, su posición y su tránsito por él, son milimétricos, justos y poéticos. En “el mono gráfico” ocurre justo lo contrario. El collage no resulta.
El repertorio de recursos escénicos (cambiar de vestuario ante el público, mostrar cómo se simula una tormenta con una plancha metálica, la pintura blanca sobre los rostros a modo del teatro de máscaras japonés, la esperadísima apertura de “así habló Zarathustra” de la película “Odisea en el espacio”, los recurridos gestos simiescos, el vocabulario vulgarísimo de algunos monólogos o el ir de venir de carpetas y archivos a través de la red) sólo sirven como justificación a un conjunto de escenas predecibles, fáciles, sin rastro de poesía ni de ese calambre de emociones que uno esperaba recibir.
Disculparán que destripe un poco la obra, pero es que me gusta quitar el antifaz con el que se cubren algunas obras de teatro que “quieren ser y no pueden, porque no saben”. Es muy fácil el discurso de la mujer bipolar (si por lo menos hubieran atribuido el desorden a un hombre). Es de Perogrullo el conflicto entre religiones. Es patético el “homenaje” que se rinde al libro de Saramago “Las intermitencias de la muerte”, cuando sobre el escenario se reúnen en “junta extraordinaria de la multinacional muerte” África, Occidente y Oriente. Es lamentable el estilismo de vestuario... En resumen: un experimento colectivo sin pies ni cabeza, aunque parezca tenerlos.
El dúo de actores y actrices se dejan la piel sobre las tablas. Dice el folleto que es una creación colectiva. Vale. Pero la responsabilidad del producto final corre a cuenta del director. Carlitos, Carlitos, Carlitos… Tímidos aplausos al final por parte del público. Creo que se dieron cuenta. Uf, ya me encuentro mucho mejor.
Iba yo a la Casa de la Cultura de Los Realejos a ver a una creación dirigida por Don Carlos Belda, colaborador del insigne director canadiense y universal Robert Lepage. Salí llamándolo Carlitos. La cosa empezó a preocuparme al ver el cartel donde se anuncia la obra: el nombre del director era tres veces más grande que el de las actrices y los actores. Uy, uy, uy…
Lo que vi sobre el escenario me pareció un triste intento de plasmar a través de un pastiche indigesto mucha cultura acumulada. No sé por qué me vinieron a la memoria las obras de La Cuadra de Sevilla, en las que cada elemento sobre el escenario, su posición y su tránsito por él, son milimétricos, justos y poéticos. En “el mono gráfico” ocurre justo lo contrario. El collage no resulta.
El repertorio de recursos escénicos (cambiar de vestuario ante el público, mostrar cómo se simula una tormenta con una plancha metálica, la pintura blanca sobre los rostros a modo del teatro de máscaras japonés, la esperadísima apertura de “así habló Zarathustra” de la película “Odisea en el espacio”, los recurridos gestos simiescos, el vocabulario vulgarísimo de algunos monólogos o el ir de venir de carpetas y archivos a través de la red) sólo sirven como justificación a un conjunto de escenas predecibles, fáciles, sin rastro de poesía ni de ese calambre de emociones que uno esperaba recibir.
Disculparán que destripe un poco la obra, pero es que me gusta quitar el antifaz con el que se cubren algunas obras de teatro que “quieren ser y no pueden, porque no saben”. Es muy fácil el discurso de la mujer bipolar (si por lo menos hubieran atribuido el desorden a un hombre). Es de Perogrullo el conflicto entre religiones. Es patético el “homenaje” que se rinde al libro de Saramago “Las intermitencias de la muerte”, cuando sobre el escenario se reúnen en “junta extraordinaria de la multinacional muerte” África, Occidente y Oriente. Es lamentable el estilismo de vestuario... En resumen: un experimento colectivo sin pies ni cabeza, aunque parezca tenerlos.
El dúo de actores y actrices se dejan la piel sobre las tablas. Dice el folleto que es una creación colectiva. Vale. Pero la responsabilidad del producto final corre a cuenta del director. Carlitos, Carlitos, Carlitos… Tímidos aplausos al final por parte del público. Creo que se dieron cuenta. Uf, ya me encuentro mucho mejor.
3 comentarios:
Pero bueno mi amor, te dije que era muy dura, que sabes decir las cosas mejor, de forma más sutil. Espero que el citado Carlos no te coja ojeriza,... aunque también creo que no podrá evitarlo. Que la isla es muy chica, mi amor, que es sorprendentemente chica...hay que andarse con cuidado. Al menos aquí en Ofra estarás seguro, algún ofrense la puntuó y la obra suspendió. Sérán los ofrenses muy críticos o personas con altas espectativas, quizas,...
uy,uy,uy...amenazas y todo! esto se pone calentito,...bueno, como siempre en el teatro canario, se hacen unos montajes de mierda y a lo único que se dedica el personal es a darse puñaladas por la espalda...q bonito...a partir del proximo año el dinero de las subvenciones(el monográfico se montó sin ninguna) lo destinaremos a puntos de sutura y betadine para las heridas...poca calidad teatral, poco teatro y mucha, mucha , mucha envidia.
Vaya vaya... Las heridas se curan. El dinero se gasta. ¿Envidia? Sí, y mucha: hacia todo lo que me gusta y no he sabido hacerlo yo. Mi intención es explicar lo que siento al salir de la sala. Si alguien ve envidias, es que no supe hacer mi trabajo de opinión bien hecho. Puede que deba ir bajando mi nivel de exigencias, pero es que cuesta mucho resignarse.
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