sábado, 26 de enero de 2008

EL MONO GRÁFICO. Versión II


La crítica anterior no pasó la censura. Me dicen que había caído en su mismo error: que era burda. Esta es la definitiva y lo siento, no soy capaz de reprimirme más.



Una apuesta excesiva.

Iba yo a la Casa de la Cultura de Los Realejos a ver una creación dirigida por Don Carlos Belda, un tipo bien ubicado en la escena y los pasillos de lo teatral en la isla y además con horizontes internacionales (estuvo con el canadiense Lepage). Pasé por alto lo de que su nombre aparezca tres veces más grande que el de las actrices y actores en el folleto de mano.

Por seguir con el folleto de mano, se entiende que vamos a ver unas cuantas escenas que ligan al hombre y al mono y nos harán entrever que la estupidez viene de lejos, que seguimos estando bastante cerca de los primates y que a esas conclusiones llegaremos a través del humor de contemplar nuestra propia conducta bastante animal y bastante irracional, pese a las formas aparentemente civilizadas.

Pues bien, se me indigestó la obra. Mucha cultura acumulada pero mal traspasada al escenario. Me vinieron a la memoria algunas obras de los andaluces de La Cuadra de Sevilla, en las que cada elemento sobre escena, cada movimiento y cada gesto son poéticos, emocionantes, eléctricos y enormes. En “el mono gráfico” me sobraba casi todo, ni una brizna de sutileza.

El repertorio de recursos escénicos (cambiar de vestuario ante el público, mostrar cómo se simula una tormenta con una plancha metálica, la pintura blanca sobre los rostros a modo del teatro de máscaras japonés, la esperadísima apertura de “así habló Zarathustra” de la película “Odisea en el espacio”, la escena del diálogo surrealista a modo de los hermanos Marx, los recurridos gestos simiescos, el vocabulario vulgarísimo de algunos monólogos o el ir de venir de carpetas y archivos a través de la red) sólo sirven como justificación a un conjunto de escenas predecibles, fáciles, sin rastro de poesía ni de ese calambre de emociones que uno esperaba recibir.

Disculparán que destripe un poco la obra, pero es que me gusta quitar el antifaz con el que se cubren algunas obras de teatro que “quieren ser y no pueden”. Es muy fácil el discurso de la mujer bipolar (si por lo menos hubieran atribuido el desorden a un hombre). Es de Perogrullo el conflicto entre religiones. Es patético el “homenaje” que se rinde al libro de Saramago “Las intermitencias de la muerte”, cuando sobre el escenario se reúnen en “junta extraordinaria de la multinacional muerte” África, Occidente y Oriente. Es demasiado obvio el estilismo de vestuario. En resumen: un experimento colectivo sin pies ni cabeza, aunque parezca tenerlos.

Las dos actrices y los dos actores se dejan la piel sobre las tablas. El libreto de mano concluye con un: “Que lo disfruten”. Yo disfruté cuando intuí que se acabó. Tímidos aplausos al final por parte del público. Creo que se dieron cuenta. Y yo ya estoy un poco mejor. Ay Carlitos, Carlitos, Carlitos…

3 comentarios:

soperos dijo...

me gustó ver cómo se formó la crítica (I y II). vaya mierda el mono gráfico, ¿no?...

òscar.

Anónimo dijo...

a mi me huele a envidias en esta critica, porque vale que sea una obra de entretenimiento ñoña pero la forma de atacar a la compañía y al director parece casi una cuestión de enemigos intimos... sangrante..me recuerda a rajoy destripando a zapatero...una muestra mas de que el teatro en canarias está podrido, lleno de puñales...así nos va!

Anónimo dijo...

Gracias masapan por tu punto de vista. No había caído yo en esa visión desde fuera. Tomo nota. Y al director, a la compañía y al tearo canario le deseo lo mejor.